octubre 01, 2007

Visita al Monte Royal, Canadá, la Casa del Hermano Andrés








Con ocasión de un viaje familiar a Canadá en las últimas vacaciones de invierno, nosotros, la familia Marín Rivero, con dos de nuestras hijas en 2º E y Kinder C de nuestro colegio, más dos futuros postulantes, fuimos a visitar L’Oratoire Saint-Joseph du Mont-Royal (Oratorio San José en el Monte Royal), lugar de peregrinación a la casa de Jesús, María y José, donde hoy descansan los restos del hermano Andrés, en la ciudad de Montreal, en el punto más alto de la ciudad.
El Oratorio, que impresiona por su gran tamaño, presencia y su preciosa vista sobre la ciudad, fue el lugar que eligió Alfred Bessette (1845-1937), como se llamaba este beato tan importante para la Congregación de la Santa Cruz, para dar inicio a la construcción de una pequeña capilla al lado del monte próximo al Colegio Notre Dame, en 1904. La gran Fe que despertaba, y despierta aún, en los fieles y lo importante que ha sido para la Iglesia de ese país, es una muestra de un hombre de baja estatura, pero de una confianza sin límites en la imagen de San José, esposo de María, que supo de humildad, trabajo y pobreza y que hizo grandes cosas en nombre suyo. Durante sus más de treinta años de portero, vivió y durmió en una pequeña oficina, junto a la puerta frontal del Colegio de Notre Dame en Montreal. En la capilla del Colegio, Andrés pasaba muchas horas en silenciosa oración.
De la lámpara que ardía constantemente frente a la estatua de San José, en dicha capilla, obtenía el aceite que utilizaba para sanar a los enfermos hasta el punto de obrar milagros. Milagros que siempre atribuía al amor profundo por San José.
La sensación al estar en el lugar donde descansan los restos de quien llegara a Montreal en 1870, es que él fue alguien que hizo en vida una gran obra y fue tremendamente querido. Tal vez similar a nuestro San Alberto Hurtado. Tantos fueron sus milagros atribuidos en vida al Hermano Andrés, que no fue exento de polémicas y de ciertos malentendidos que lo afectaron emocionalmente. Al ver las imágenes de los diarios y filmaciones de ese 6 enero de 1937, cuando él murió en el Hospital de Saint-Laurent, a los 92 años, producto de una gastritis aguda de la que siempre le afectaba, pero que terminó por causarle un ataque cardiaco, se ve que gran parte de la ciudad fue a despedirse de él, subió la enorme pendiente del Oratorio y estuvo en su funeral. Largas filas de fieles se despidieron personalmente, incluso dejaban a los ciegos tocar su rostro inerte. Hay que recordar que en enero el frío es muy intenso en esa ciudad de Canadá; sin embargo, el funeral fue multitudinario, con asistencia de fieles de todas las clases sociales y gente que venía de muchas partes de Canadá y de EEUU. La prensa afirmó más de un millón de personas que asistieron a su funeral y que durante siete días soportaron las bajas temperaturas canadienses antes de su entierro.
Su cuerpo descansa en una sencilla tumba en semipenumbra en la Basílica. Hoy acuden muchos visitantes en busca de alivio espiritual y físico. El Oratorio es uno de los mayores edificios eclesiásticos del mundo y necesitó de cincuenta años para terminarse.
Fuimos al Oratorio un día viernes. Era pleno verano del hemisferio norte y hacía mucho calor. A pesar de ello, una lluvia de ésas que te empapan nos acompañó y nos mojó un rato. Pero, a pesar del clima había mucha gente que iba a rezar al Oratorio. Lo hacían junto a la tumba donde está su cuerpo o en alguna de las varias capillas, donde en una de ellas está físicamente su corazón o en la Basílica central que dispone el lugar. Gran Fe se veía en fieles que, rosario en mano, rezaban apoyados en la tumba de Alfred Bessette. Otra cosa que impresiona es el inmenso lote de bastones, muletas, cabestrillos, sillas de rueda y placas que están apiladas cerca de la tumba del Hermano, todas ellas dejadas como testimonio y acción de gracias por los fieles que sanaron sus enfermedades por su intercesión.
El Oratorio San José es un sueño impulsado por el mismo Hermano Andrés y su espíritu visionario, ya que en vida quería que los fieles de Montreal tuvieran un lugar donde ir a rezar a San José. Y la obra que consiguió es magnífica. Es grande, espaciosa y sobre todo muy austera.
Dentro del Oratorio se puede ver la reubicación de la habitación, la oficina y la recepción del Hermano Andrés. Están intactas, tal cual él las usaba hace más de 70 años. Y se aprecia que no necesitaba más que lo esencial para vivir. Su habitación es simple y sencilla. Además de su cama, contaba con un velador, un despertador, un par de cuadros, un crucifijo, un ropero, una silla y nada más.
La verdad es que a pesar de haber pasado ya 70 años de la muerte de Alfred Bessette, en el Oratorio donde descansan sus restos, él está muy presente y su reputación de hombre milagroso se extendió universalmente, siendo beatificado por el Papa Juan Pablo II en 1982, en Roma. Junto a los estacionamientos hay una tienda donde se vende recuerdos, entre ellos grandes cantidades de estatuillas de todos los tamaños, cuadros, libros, películas de su vida y de su testimonio de haber estado bajo la presencia de San José. Una joven chilena, de San Antonio, nos atendió en la caja del lugar.
Ya que uno de nuestros objetivos del viaje a Canadá era ir a este lugar, antes de partir ofrecimos al Padre José Ahumada C.S.C., llevar un recuerdo del colegio allá. Él acogió con gusto el ofrecimiento de manera que nos entregó unos presentes que llevamos al Rector del Oratorio desde 2005, el Padre Claude Grau, C.S.C. Y se los entregamos al Padre Saint Martin, sacerdote CSC de origen haitiano, quien hablaba español, que los recibió muy agradecido y envío a través nuestro sus afectuosos agradecimientos al Padre José.
(Colaboración de Eduado Marín y Paulina Rivero)